lunes, 27 de abril de 2009

Rompecabezas de una tragedia

Vida y muerte de Marilyn Monroe

por Rubén Sacchi

El cadáver de la rubia yace en la confortable cama de la lujosa casa en Los Angeles. A su lado, un par de oscuros sujetos limpian las huellas de su crimen. Dejan un frasco de Nembutal sobre la mesa de luz, poderoso sedante, para que el dosaje que acaban de inyectar directamente en la vena de su víctima se entienda como suicidio y así la muerte quede libre de sospechas. Las investigaciones pueden llegar a ser muy molestas, y hasta peligrosas. Rojo, blanco... negro: por la ventana entrecerrada alcanzan a penetrar las intermitencias de las luces de neón, proyectadas por un enorme anuncio de Coca Cola. Rojo, blanco: los colores del imperio que penetran no sólo en esta penumbra, sino hasta en la inexpugnable cortina de hierro, llevando la ilusión de apagar la sed del consumo insaciable; negro: la ausencia de luz, el color de la noche o la muerte que, desde hace escasos minutos , sobrevuela el aposento. Los colores del imperio omnipotente y omnipresente, Gran Hermano que supera lo ficcional literario, que decide la vida y la muerte de las personas pero que, tal vez por soberbia, queda a merced de cuestiones menores, descuidos impensables en semejante estructura, deslices que pueden provocarle fisuras y hasta el definitivo derrumbe.
Ahora están buscando un diario que puede ser tan peligroso como ella, la rubia platinada de voluptuosas curvas, no está allí. Van al bungalow de huéspedes, saben que su archivo es la segunda y última posibilidad pero, luego de violentar la cerradura, comprueban que allí tampoco.
Esta escena no saldría de lo común en un film de los hermanos Coen, ni tendría nada de original en un policial negro al estilo de Raymond Chandler o John Le Carré. Nada, si no hubiese sido presenciada, y hasta inspirada, por el entonces fiscal general de los Estados Unidos y hermano de su presidente: Robert Kennedy.

Nota completa en la edición impresa de Lilith Nº 6. Sólo en librerías o por pedido.

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