jueves, 17 de septiembre de 2009

Ultima cena

por Rubén Sacchi

Eran tiempos
en que el hombre,
en hordas salvajes,
arrasaba a su paso
montañas y planicies,
buscando satisfacer
su famélica existencia.

Fue entonces que el Maestro
presentóseles y dijo:
“Estos son
mi cuerpo y mi sangre,
quien tenga hambre y sed
será saciado”.

Y el pueblo,
que no entendía de parábolas,
comió y bebió
hasta acabarlo.

Hoy
andan buscando al Padre
(quien huye desesperado)
a fin de culminar
semejante festín.

Poema incluído en la edición impresa de Lilith Nº 2. Sólo en librerías.

Soledad Barret:

La masacre de la chacra de Sao Bento

por Marcelo Astudillo

"Cada gota de sangre derramada en un territorio bajo cuya bandera no se ha nacido es experiencia que recoge quien sobrevive para aplicarla luego en luchar por la ­liberación de su lugar de origen".
Ernesto Guevara

Soledad Barret Viedma nació en Asunción del Paraguay el 6 de enero de 1945. Ya de pequeña debió sufrir las persecuciones de las que fue objeto su padre por sus ideas políticas, como antes lo había sido su abuelo, Rafael Barret, uno de los más ­importantes escritores paraguayos y figura emblemática de la cultura de ese país, en el que sólo ­residió 6 años y, la mayoría de los mismos, preso por sus actividades "subversivas".
Cuando tenía tres meses de edad su familia debió huir a la Argentina y se instaló en un pequeño poblado a orillas del río Paraná durante cinco años, cuatro de los ­cuales su padre estuvo preso o fue perseguido tanto por la policía paraguaya como por la argentina.
La adolescencia la encuentra exiliada en el Uruguay donde, gracias a sus dotes de bailarina folklórica, se convirtió en referente de los jóvenes paraguayos exiliados de la dictadura de Stroessner, participando de cuanto acto solidario se realizase.
Pero en Uruguay, como en todo el resto del continente, eran tiempos de cambio, tiempos de represión.
El 1 de julio de 1962 Soledad es secuestrada por un grupo neo-nazi y obligada a gritar consignas contrarias a su forma de pensar, a lo cual ella se niega. Con una navaja le graban en ambas piernas la cruz gamada y la abandonan en un local oscuro atrás del parque zoológico de Villa Dolores. Era el comienzo de la represión en Uruguay.
Victima de persecuciones y amenazas debe irse de Uruguay y, luego de recalar en varios países de la región la encontramos, en 1967, en Cuba.
Muchos jóvenes de la época, argentinos, paraguayos, brasileños, uruguayos, ­seguidores de la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad) fueron a La Habana para sumarse a la fuerza de vanguardia que crearía en América Latina el segundo Vietnam, según palabras del Che.
Allí Soledad conoció a quien sería su esposo y compañero de lucha, el brasileño José María Ferreira de Araujo, con quien tuvo una hija.
Luego del golpe militar producido en Brasil el 1 de Abril de 1964, que derrocó al gobierno reformista de Joao Goulart, la dictadura encabezada por Castelo Branco llevó adelante un sistema represivo ­acorde con las reformas económicas que acentuaron la recesión que se advertía desde 1962.
Los partidos políticos tradicionales y las organizaciones de masas, debilitados y desarticulados, no pudieron presentar una seria oposición a la dictadura que, con otros matices, continuaría con la llegada al poder en 1967 de Costa e Silva y su posterior reemplazo, por cuestiones de salud, en 1969, por Emilio Garrastazú Medici, coincidiendo este último reemplazo con el recrudecimiento de la represión, apoyada en el Acta Institucional nº 5 de Diciembre de 1968.
El desarrollo y la seguridad se convirtieron en los pilares del proyecto político de la dictadura militar, la violencia como el medio más eficaz para sostenerlos.
En este contexto, la lucha armada llevada a cabo por ­infinidad de organizaciones guerrilleras (tal vez sea en Brasil donde llegó a su punto más alto la atomización de este tipo de ­organizaciones) crecía día a día. Alcanzó su apogeo en las ciudades ­brasileñas entre 1968 y 1969.
La junta militar estableció tribunales especiales para juzgar a los guerrilleros urbanos y se reglamentó la pena de ­muerte para aquellos delitos que afectasen la seguridad del Estado mediante actividades "subversivas o revolucionarias".
Vanguardia Popular Revolucionaria fue uno de esos grupos que resistió por medio de las armas a la dictadura militar brasileña, una de las primeras en introducir la doctrina de la seguridad nacional en los países de América Latina y precursora en algunos métodos represivos que serían extendidos años más tarde a casi todos los países de la región.
Nota completa en la edición impresa de Lilith Nº 2. Sólo en librerías.

Juana Azurduy y la revolución continental

Una historia silenciada

por Alberto J. Lapolla

JUANA DE AMÉRICA. LA GUERRILLERA DE LA LIBERTAD

Francisco de Miranda murió en las mazmorras de Fernando VII en Cádiz. Mariano Moreno fue envenenado por el capitán de un barco británico y su cadáver arrojado al mar, anticipando un destino recurrente para los revolucionarios argentinos. Manuel Belgrano murió en la pobreza en 1820, cuando aún la América necesitaba de sus inigualables servicios. Todavía no se habían cumplido ocho años de que hubiera salvado a la revolución continental en Tucumán. Bolívar murió solo perseguido por facciones oligárquicas que combatían su proyecto de unidad americana, expresando con amargura “he sembrado en el viento y arado en el mar”. Bernardo O'Higginns fue ­desterrado y perseguido luego de luchar toda su vida por la libertad americana. Monteagudo fue apuñalado en una oscura calle de Lima. Dorrego fue fusilado sin juicio alguno -por ­instigación de Rivadavia- por su antiguo compañero de mil batallas, el sable sin cabeza, el genocida Juan Galo de Lavalle. Juan J. Castelli, el orador supremo de la Revolución, quien destruyera los argumentos realistas en mayo de 1810, el jefe del ­ejército libertador americano que más cerca estuvo de llegar a Lima y destruir de un golpe el poder imperial español antes de la llegada de San Martín, murió con su lengua cortada, preso y perseguido. Apenas dos días antes San Martín, Alvear y su discípulo Monteagudo acababan de desalojar al gobierno contrarrevolucionario de Rivadavia y el Primer Triunvirato, retomando la senda de Moreno y la Revolución. En este marco de ingratitud caída sobre nuestros revolucionarios, aquellos que nos dieron la libertad y ­produjeron la más grande de las revoluciones del mundo occidental del siglo XIX, no es de extrañar que Juana Azurduy, la mayor guerrera de América, Juana de América -en un continente que hizo de la resistencia su identidad- terminara sus días como una ­mendiga miserable en la calles de Chuquisaca, habitando un rancho de paja.
Juana Azurduy y su esposo, el prócer americano Manuel Ascencio Padilla, son los máximos héroes de la libertad del Alto Perú y por ende de nuestra libertad como americanos y como provincia argentina de la gran nación americana. Sólo la ignominia que aún campea sobre nuestra historia y sobre sus mejores hijos, hace que la República de Bolivia -escindida de la gran nación rioplatense por el elitismo sin par de los ejércitos porteños que desfilaron, saquearon, defeccionaron y abandonaron el Alto Perú, a excepción del General Belgrano, y por las apetencias oligárquicas- no considere a Juana y a su esposo el Coronel Padilla, como sus máximos ­héroes, y sí rinda honores al mariscal Santa Cruz, uno de los generales realistas que reprimió la Revolución de La Paz de 1809 y que se pasó a las filas patriotas al final de la guerra de la Independencia. Fue el propio Bolívar quien al visitar a Doña Juana -ya destruida por las muertes de los suyos, el olvido de sus conciudadanos y el saqueo de sus bienes- le expresara ante la sorpresa de sus compatriotas, que Bolivia no debía llevar su nombre sino el de Padilla, su mayor jefe revolucionario. Pero los adulones destruyen las revoluciones.

Nota completa en la edición impresa de Lilith Nº 2. Sólo en librerías.