martes, 12 de enero de 2010

Antonín Artaud

un lenguaje anterior a la palabra

por Rubén Sacchi

Bocas del aire del mar
beban la sal de esta luz para sí
ya coman en la eternidad
algo se va a ahogar
es este ardor
y es esta la fiebre del que espera
frente al despertar
vámonos de aquí

Eran los primeros días de setiembre en el puerto de Marsella y culminaba el invierno de 1896. Los pescadores no habían tenido un buen día porque, esa mañana, las fauces del Mediterráneo habían devorado dos de sus barcas, incluyendo a los marinos que las tripulaban. Hacía cuatrocientos años que el conquistador Cristóbal Colón había ido más allá de los confines conocidos por Europa sin hallar monstruos de siete cabezas ni elefantes sobre tortugas que sostuvieran una tierra plana donde, más allá de sus bordes, reinara el abismo infinito. Sin embargo, el temor a lo desconocido era moneda corriente entre los lugareños que, al borde del siglo XX, aún gobernaban sus actos por mitos y supersticiones.
Mientras esto sucedía, un niño soñaba un sueño de dolor y de locura. Deambulaba por corredores abyectos, oscuros de la más terrible negrura. En esa oquedad angustiante intuía, sin llegar a ver, la luz, pero para lograr alcanzarla debía deshacerse de todo el lastre que detuviera su andar y, en ese propósito, supo que el cuerpo, su propio cuerpo, era el peor de ellos.
De pronto, algo lo empujó hacia delante, dos manos aferraron su cabeza y tiraron brutalmente de ella. Un filoso estilete cortó el cordón aparente que lo unía al mundo del que provenía, sólo el aparente, el otro, el invisible, lo seguiría atando de por vida.El niño entonces despertó. Despertó y lloró por la vigilia que comenzaba en un mundo que habría de ser indiferente al dolor de su alma. Eran las 8 del cuarto día del mes y el pequeño Joseph Marie Antonin había por fin nacido.

Algo caía en el silencio.
Un sonido de mi cuerpo.
Mi última palabra fue yo
pero me refería al alba luminosa.

El niño, mimado y sobreprotegido por su madre, Euphrasie Marie Louise Nalpas, no pudo, pese a la coraza materna, escapar a los avatares de la vida: una grave ­meningitis padecida a los cinco años de edad lo puso al borde de la muerte. Salió a flote del trance, pero los disturbios nerviosos lo acompañaron de por vida. Ese episodio y el fallecimiento, en 1905, de su pequeña hermana Germaine de apenas 8 meses, lo enfrentaron a la muerte desde muy temprana edad.
Cuando llegó a París en 1920, había transitado por varias instituciones psiquiátricas y era asiduo consumidor de opio, que podía adquirirse en cualquier farmacia como analgésico para dolores severos. ¿Fue esta adicción la llave de su arte revolucionario? hay quien afirma que lo tomaba para estar normal y poder pensar, libre del dolor. Lo cierto es que Artuad fue el más grande de los poetas malditos de nuestro siglo, que buscó la palabra como medio de liberación, pero también hurgó en un lenguaje corporal, a través del teatro, para desprenderse del sufrimiento que constantemente lo abatía: “Yo añado al lenguaje hablado otro lenguaje, y procuro darle al lenguaje del habla, cuyas misteriosas posibilidades se han olvidado, su vieja eficacia mágica, su eficacia hechizadora, integral. Cuando digo que no representaré obra alguna escrita, quiero decir que no representaré ninguna obra basada en la escritura y el habla, que en los espectáculos que voy a montar habrá una parte física preponderante, y que ésta no podrá fijarse y escribirse en el lenguaje habitual de las palabras; y que incluso la parte hablada y escrita lo será en un sentido nuevo”. Artaud plantea el habla como ­último recurso para clarificar las manifestaciones espirituales, como un elemento psíquico que se expresa cuando las almas perdieron su capacidad de comunicación.

La guerra y las mujeres

en la literatura de Mercè Rodoreda

por Diego Luis Forte

El papel de las mujeres durante la guerra civil española no puede ser entendido sin tener en cuenta el contexto de finales del siglo XIX y principios del XX: ellas no participaban en la cultura, la economía o la sociedad en general, tarea siempre reservada a los hombres. Por el contrario quedaban recluidas en la esfera privada del hogar y, si trabajaban, sujetas a una división sexual y clasista del trabajo. La enseñanza pública era algo raro a principios del siglo XX pues la educación estaba monopolizada por la iglesia católica y ésta no hacía mucho por educarlas en un sentido más abarcador que el de ser "la perfecta ama de casa y madre de sus hijos".
Una mujer común, inmersa en ese contexto, es la que nos habla en La plaça del diamant de Mercè Rodoreda. Una mujer que no sólo debe luchar contra el medio adverso que el imaginario social de su época marcaba, sino que además debe sortear los problemas que la guerra impone y mantener a sus hijos.
Los elementos que Rodoreda utiliza para estructurar su relato nos brindan una visión que, desde la simpleza y la ingenuidad, nos obliga a confrontar la crudeza de la guerra y su impacto en la vida diaria de quienes peleaban la otra batalla. Es la voz femenina la que ordena la obra y la verdadera protagonista de La plaça del diamant. La forma en que Natalia-Colometa narra su vida y describe lo que la rodea puede ser calificada, como se señaló anteriormente y en una primera impresión, de ingenua o desinteresada en lo que refiere a la realidad social, pero una lectura más profunda permite reconocer elementos que indican otras interpretaciones.
En principio, en la obra se delimitan por lo menos dos planos que permiten un análisis diferenciado de sus funciones y elementos:
La descripción que Natalia-Colometa hace de la guerra y lo que ella percibe.
La forma en que Rodoreda utiliza esos elementos para mostrar la realidad de las mujeres.
En cuanto al primer punto, a lo largo de la novela Natalia articula sus percepciones con observaciones, en muchos casos detalladas, de la vida cotidiana. Cuenta lo que ve, lo que oye, en definitiva, lo que siente, pero sin emitir juicio de valor al ­respecto. Es importante señalar que Quimet, quien será su marido, es un elemento de peso que pone en evidencia el sometimiento femenino. Natalia tenía novio antes de conocerlo, pero eso no fue un obstáculo para que él, de forma unilateral y ejerciendo su poder de dominación, decidiera que, antes de un año, ella sería su esposa: "...le dije a aquel muchacho que mi novio hacía de cocinero en el Colón y se rió y me dijo que le compadecía mucho porque dentro de un año yo sería su señora...". Con esa misma arbitrariedad y como una forma de reafirmar el poder y el dominio sobre ella, le cambia el nombre. Su condición de hombre le brinda la autoridad suficiente para hacerlo: son los hombres los que tienen el poder sobre las mujeres; son los padres los que dan nombre a los hijos e hijas; las mujeres se casan y toman el apellido de los maridos: "... usted y yo bailaremos un vals de puntas en la Plaza del Diamante... gira que gira, Colometa. Me le miré muy incomodada y le dije que me llamaba Natalia y cuando le dije que me llamaba Natalia se volvió a reír y dijo que yo sólo podía tener un nombre: Colometa". Comparado con la perspectiva religiosa, que aparece en el sermón del casamiento, es Adán quien da nombre a los animales y a las cosas en el paraíso.

Nota completa en la edición impresa de Lilith Nº 5. Sólo en librerías o por pedido.

viernes, 8 de enero de 2010

El peor analfabeto es el analfabeto político

por Bertolt Brecht

El peor analfabeto es el analfabeto político
No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.
No sabe que el costo de la vida,
el precio del poroto, del pan, de la harina,
del vestido, del zapato y de los remedios,
dependen de decisiones políticas.

El analfabeto político es tan burro
que se enorgullece y ensancha el pecho
diciendo que odia la política.

No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta,
el menor abandonado,
y el peor de todos los bandidos
que es el político corrupto, mequetrefe
y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.

domingo, 3 de enero de 2010

Una carta para Jorge

por Rubén Sacchi

a J.E.R.

Compañero:
Acá me tiene escribiendo estas líneas,
como siempre,
a máquina.
Usted sabe como son
estas madrugadas de primavera:
frescas pero agradables y,
es increíble,
pero el viento
trae el nombre de los torturados:
Villa Devoto 1973.
También el de los muertos...
(callemos su nombre).
Hay algo, compañero,
que no llego a comprender:
Me quedó una bolsa verde
y un vaso de vino tinto.
Una raya al costado
y una onda obstinada en caer.
Una mirada perdida
y una sonrisa triste,
pero parte de la cara.
(el resto hay que olvidarlo).
Le quería hablar
de las cosas de acá.
Los pájaros cantan con muchas ganas
y parece que va a haber sol.
Todavía hay rocío en el pasto
y la sangre está caliente.
Pero hay cosas que no sé.
Las de allá, por ejemplo.
Dígame, compañero,
¿es fácil morirse
sabiendo que ya no hay más nada?
Y ¿qué seguridad tiene usted
de esta estúpida manera de comunicarnos?
Y, al menos,
¿tendré alguna esperanza
de que esta carta 1e llegue?
Es que estoy medio falto de fe ¿vio?
es que usted ya es polvo,
aire,
río...
no se...

Pero...
vamos al tema que nos ocupa.
Nuestro ejército
sigue intacto
y en armas.
No lo distraigo más ¡Hasta siempre!

Del libro inédito Poemas desde la trinchera (1985).

Papel Doblado

por Jorge Eduardo Reboredo

Arrastraré mis rodillas y la lengua
con el cadáver del poema.
El tiempo, abril extraño estéril
mi saludo.

No contaré nunca más lo que me pasa.
Dejaré de mirar a los trenes;
pesados rinocerontes de hierro viejo,
metal y acero; piedra y balasto,
encajonando a la gente
siendo las 18.

No escribiré ninguna carta triste.
Ninguna más con ojos
que se quedaron sordos en la noche.

Y ese calor que se va;
papel doblado.
Un gesto final en esa mueca,

- y el olor de la muerte.

De "Atenciones". Publicado en el Nº 3 de la revista literaria Vivir en la Poesía, año 1982.