martes, 12 de enero de 2010

La guerra y las mujeres

en la literatura de Mercè Rodoreda

por Diego Luis Forte

El papel de las mujeres durante la guerra civil española no puede ser entendido sin tener en cuenta el contexto de finales del siglo XIX y principios del XX: ellas no participaban en la cultura, la economía o la sociedad en general, tarea siempre reservada a los hombres. Por el contrario quedaban recluidas en la esfera privada del hogar y, si trabajaban, sujetas a una división sexual y clasista del trabajo. La enseñanza pública era algo raro a principios del siglo XX pues la educación estaba monopolizada por la iglesia católica y ésta no hacía mucho por educarlas en un sentido más abarcador que el de ser "la perfecta ama de casa y madre de sus hijos".
Una mujer común, inmersa en ese contexto, es la que nos habla en La plaça del diamant de Mercè Rodoreda. Una mujer que no sólo debe luchar contra el medio adverso que el imaginario social de su época marcaba, sino que además debe sortear los problemas que la guerra impone y mantener a sus hijos.
Los elementos que Rodoreda utiliza para estructurar su relato nos brindan una visión que, desde la simpleza y la ingenuidad, nos obliga a confrontar la crudeza de la guerra y su impacto en la vida diaria de quienes peleaban la otra batalla. Es la voz femenina la que ordena la obra y la verdadera protagonista de La plaça del diamant. La forma en que Natalia-Colometa narra su vida y describe lo que la rodea puede ser calificada, como se señaló anteriormente y en una primera impresión, de ingenua o desinteresada en lo que refiere a la realidad social, pero una lectura más profunda permite reconocer elementos que indican otras interpretaciones.
En principio, en la obra se delimitan por lo menos dos planos que permiten un análisis diferenciado de sus funciones y elementos:
La descripción que Natalia-Colometa hace de la guerra y lo que ella percibe.
La forma en que Rodoreda utiliza esos elementos para mostrar la realidad de las mujeres.
En cuanto al primer punto, a lo largo de la novela Natalia articula sus percepciones con observaciones, en muchos casos detalladas, de la vida cotidiana. Cuenta lo que ve, lo que oye, en definitiva, lo que siente, pero sin emitir juicio de valor al ­respecto. Es importante señalar que Quimet, quien será su marido, es un elemento de peso que pone en evidencia el sometimiento femenino. Natalia tenía novio antes de conocerlo, pero eso no fue un obstáculo para que él, de forma unilateral y ejerciendo su poder de dominación, decidiera que, antes de un año, ella sería su esposa: "...le dije a aquel muchacho que mi novio hacía de cocinero en el Colón y se rió y me dijo que le compadecía mucho porque dentro de un año yo sería su señora...". Con esa misma arbitrariedad y como una forma de reafirmar el poder y el dominio sobre ella, le cambia el nombre. Su condición de hombre le brinda la autoridad suficiente para hacerlo: son los hombres los que tienen el poder sobre las mujeres; son los padres los que dan nombre a los hijos e hijas; las mujeres se casan y toman el apellido de los maridos: "... usted y yo bailaremos un vals de puntas en la Plaza del Diamante... gira que gira, Colometa. Me le miré muy incomodada y le dije que me llamaba Natalia y cuando le dije que me llamaba Natalia se volvió a reír y dijo que yo sólo podía tener un nombre: Colometa". Comparado con la perspectiva religiosa, que aparece en el sermón del casamiento, es Adán quien da nombre a los animales y a las cosas en el paraíso.

Nota completa en la edición impresa de Lilith Nº 5. Sólo en librerías o por pedido.

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