viernes, 5 de marzo de 2021

San Telmo, donde la historia pervive

SAN TELMO, DONDE LA HISTORIA PERVIVE

por Eduardo Silveyra 

 

 



Se puede decir -ya lo han dicho otros- que porteños serían aquellos habitantes de la ciudad cuyos barrios están ligados al puerto, es decir: Retiro, San Nicolás, San Telmo, La Boca y Barracas, aunque este último esté más recostado sobre la orilla del Riachuelo. Podría sonar como una arbitrariedad, pero en una ciudad construida de espaldas al Río de la Plata, cuanto más nos alejamos del mismo su resonancia se vuelve más extraña y su influencia se diluye en la llanura edilicia de ese pedazo de pampa. Podemos decir también que, Retiro y San Nicolás han perdido parte de su historia como barrios y se han convertido en centro comerciales, en cierto punto ligados al implante espejado de las torres de Catalinas Sur. En esa conversión, que conlleva la suplantación de vecinos por oficinas, gran parte de la identidad histórica de estos barrios ha sido barrida.

La Boca, donde la especulación inmobiliaria llevada adelante por los gobiernos de Macri y Larreta, no ha sido ajena a estos cambios y muchas veces para que el cambio se produzca, se han producido incendios de viejos conventillos y casas ocupadas, con el fin preciso del desalojo, muy dificultoso si se siguen los pasos judiciales. El viejo barrio donde se respiraba el aire napolitano, con sus tarantelas festivas y en cuyos bodegones se acunó el tango arrabalero de la mano de Rosita Quiroga y Juan de Dios Filiberto, también fue un reducto de pintores, con una larga lista comenzada por el inevitable Quinquela Martín y continuada por otros como, Victorica, Alberto Cedrón, Martínez Howard, Rómulo Macció, Marcia Schwartz y muchos más, a los cuales uno podía encontrar durante el día o la noche, en lugares como La Proa de Caminito, después de una jornada creativa en alguno de los atelieres ubicados en la pieza de algún conventillo. Esa identidad se ha perdido con la arremetida del negocio inmobiliario, que ha derruido el viejo conventillo y su sociabilidad, para transformarlo en una casa uniformizada que trata de revivir de algún modo a las construcciones demolidas. Tampoco se ha salvado este barrio de los implantes, como las moles de cemento construidas en Casa Amarilla porque, en definitiva, no todo apunta al supuesto mejoramiento sino a la conversión del barrio en un paseo turístico, donde el visitante puede encontrar una placa de acrílico fijada a la pared del nuevo edificio que le diga: en este solar vivió Fulano de Tal. Aunque de tal personaje ya no quede ni la sombra. Con Barracas sucede algo parecido, la idea de convertirlo en un centro de diseño, es una copia que obra como una imposición cultural, aparejada a la industrialización de la producción artística, muy acorde con los nuevos tiempos, que no deja de lado una señaléctica indicadora de cómo guiarnos en el recorrido para saber qué encontrar. Esa deshumanización también abarca a los lugares de encuentro, el viejo bar de mesas de maderas lustrosas y sillas estilo Thoné, ha desaparecido para suplantar la madera por el metal y al ventanal por la transparencia vidriada. El encuentro de intercambio humano ha cobrado otras formas, para establecerse en lo líquido de las relaciones que se establecen en las redes. En una sociedad donde son pocos los que se encuentran para hablar e intercambiar con el otro, estos lugares son ideales para comunicarse a través de mensajes y fotos, con aquellos que no asistieron al encuentro.

Ante este fenómeno deshumanizante, que atañe a las relaciones y a las construcciones sociales urbanas, se puede decir que el único barrio vivible de esta ciudad es San Telmo, en una geografía cada vez más despersonalizada, donde todo aquello que es patrimonial se lo demuele para instalar una construcción moderna e internacional. Este barrio, a pesar de los embates de los negocios inmobiliarios, sigue teniendo su impronta creativa y diversa, donde la gente se reúne en los bares a conversar y es habitué de lugares como La Poesía, El Británico, El Federal, El Hipopótamus o Mi Tío. Ni siquiera en La Boca, donde los italianos –como dijimos antes- forman parte de lo fantasmal, perdura ese fluir del encuentro imprevisto y lo creativo. Podríamos nombrar a Mataderos con sus peculiaridades gauchescas pero, más que un barrio porteño, es como la entrada de la ruralidad a la ciudad, con su salvajismo chistoso. San Telmo es otra cosa, tiene una larga historia muy ligada a las orillas del río, cuando éste llegaba hasta lo que hoy es la avenida Paseo Colón y en él se afincaba la burguesía comercial integrada, entre otros, por los Echeverría, los Alzaga y los French, nominados vecinos ilustres y enriquecidos como tantos otros por el contrabando. También fueron habitantes del barrio de San Pedro Telmo otros ilustres, como Rivadavia y Belgrano y el poeta colonial Esteban De Luca. De no haber aparecido la fiebre amarilla en 1871, con la posterior mudanza de los ricos hacia el norte y de haber borrado el Pedro de la denominación, San Telmo, hoy tal vez sería otra cosa o quizás nada, y en sus veredas y calles adoquinadas nunca hubieran puesto sus pies, el escritor polaco Gombrowicz o el dibujante Quino.

A partir de esa epidemia, paso de ser el barrio de los ricos a ser “el barrio de los negros” quienes, liberados de las ordenes de los patrones, tomaban las calles con el ritmo del candombe. Con el correr del tiempo, se incrementó esta población con la llegada de inmigrantes europeos, quienes en busca de “hacer la América” se hacinaban en las piezas de las antiguas casonas y mansiones, transformándolas en inquilinatos. El alquiler de las mismas era oneroso y una pieza podía estar ocupada por una o dos familias. El barrio cobró otra impronta, ligada al puerto, al tango, a la inmigración y a la política, cuando Evita creó la Fundación Eva Perón y construyó el edificio donde hoy funciona la Facultad de Ingeniería. Esa traza de barrio trabajador, de candombe y de inmigrantes, se mantuvo con el paso del tiempo y motivaba molestias. En 1957 el intendente de facto Augusto Bonet, de la Revolución Libertadora, presentó un proyecto, que no prosperó, para demoler las 120 manzanas del ejido barrial y construir un nuevo barrio, asignándole al estado el rol de destructor del pasado y constructor de un futuro sin historia. Se lo podría considerar a Bonet como un precursor radicalizado de los nuevos tiempos, que tuvo su émulo veinte años después en otro intendente de facto, Osvaldo Cacciatore, quien para la construcción de la autopista 25 de Mayo, en 1977, demolió cientos de casas y muchas con acervo histórico.

Si San Telmo le debe algo a alguien, es al arquitecto Peña el cual, desde el Museo de la Ciudad, se ocupó no solo de la preservación del casco histórico del barrio, sino que lo enriqueció cuando, en 1970, fundó la Feria de Anticuarios en la Plaza Dorrego, la que con el correr de los años se fue extendiendo a lo largo de la calle Defensa, para convertirse también en feria de artesanos durante los días domingos y feriados. La feria y sus visitantes traen consigo la resonancia de otros pasados, convocados en el viejo mercado, donde todo se mezcla y pervive en las diferencias, porque frente a un puesto de verduras, también puede ubicarse el local exquisito de un anticuario o el de venta de quesos artesanales, o uno ya no tan exótico de elaboración de tacos mexicanos u otro de arepas colombianas. Quizás el mercado obre como una metáfora de la representación real del barrio y su cosmopolitismo, también representado en las iglesias, no solo en la fundante de San Pedro Telmo, sino en aquellas de los distintos cultos cristianos, como la protestante sueca y noruega y la ortodoxa rusa con sus cúpulas celestes, frente al Parque Lezama. Parque salvado del enrejado padecido por casi todas las plazas ciudadanas, gracias a la intervención de la organización Basta de Demoler, pero sobre todo de los vecinos, sabedores que cada plaza enrejada, no sólo significó la pérdida de la libertad de su uso, sino también el despojo del mobiliario urbano, en el cual un cómodo banco de madera, es suplantado por un adefesio de cemento sin respaldo, muchas esculturas desaparecidas, junto con los canteros tapados por el hormigón y la aparición de los borlados europeos para marcar los senderos. Otra imposición, totalmente ajena a las urbanizaciones sudamericanas.

El ineludible Georges Steiner, en La idea de Europa, nos dice que, el bar es el lugar donde se encuentra al conspirador, al escritor, al flaneur y al artista. Nos dice también, acerca de ese reducto abierto, que si alguien deseaba conocer a Sartre, Camus o Simone de Beauvoir, no tenía más que correrse hasta cierto café parisino para encontrarlos. Ese acontecer se replicó en los bares céntricos de la ciudad, y San Telmo no estuvo exento de esa pertenencia. En los años 80, cuando la movida contracultural post dictadura soplaba fuerte y producía revistas como El Porteño y Cerdos & Peces, uno no tenía más que acercarse hasta El Británico, pasadas las 10 de la noche, para encontrarse con Enrique Simms, Patán Ragendorfer y el entrañable Fabián Polosecki y compartir con ellos una copa de vino o un café. Hoy, tal vez esa cita o lugar de encuentro de producción cultural ya no exista de tal modo, pero sí pervive en lugares determinados como La Poesía, donde muchas veces se dan encuentros políticos inimaginables y es uno de los sitios elegidos por el artista plástico Daniel Santoro, para discurrir lecturas y escritos. Algo semejante ocurre con la pizzería y cooperativa Mi Tío, donde a la noche, el encuentro de la militancia barrial entonada por los vinos, revive pequeños estallidos dionisiacos del peronismo al son de la marcha, casi una manera inconsciente de oposición a cierta gentrificación sufrida en pequeñas cuotas de desplazamientos.

Por encima de los tiempos pandémicos y sus restricciones, San Telmo no pierde su aire festivo ni su circulación creativa. Sentado a la mesa de cualquiera de sus bares, uno puede ver pasar a una chica con su dreadlocks y con una carpeta llena de dibujos bajo el brazo, a un marchante con un cuadro, a unos músicos aparecidos de la nada con sus ritmos y melodías o a un grupo de estudiantes de cine con sus equipos. San Telmo es eso y cada domingo lo exhibe ante los ojos de todo el mundo cuando, al finalizar la feria, las cuerdas de tambores de las agrupaciones candomberas copan la calle Defensa y se desata el baile, el baile de Dionisio, donde todos se mezclan como en los carnavales, donde el rico se disfraza de pobre y el pobre de rico; el hombre de mujer y la mujer de hombre; donde el festejo ocurre después de la jornada de trabajo como en los viejos rituales paganos. Tal vez para decir que el barrio, el viejo barrio, a pesar de los ataques resiste con su historia guardada no solo en los museos, sino en la memoria de su gente, que nunca olvida que el Club Atlético San Telmo o El Candombero, en el metropolitano del 76 se dio el gusto de ganarle a Boca 3 a 1 en la cancha de Huracán, donde hacía las veces de local, en su único paso por la divisional mayor del fútbol argentino.


No hay comentarios:

Publicar un comentario