viernes, 12 de febrero de 2010

La casa vacía

por Stella Maris Roque

Abro la puerta. La casa está vacía, quebrada por el silencio. Camino por el living, la oscuridad lo invade, la biblioteca es lo único que queda. Voy a la cocina, la persiana levantada y a lo lejos un parque oscuro lleno de árboles. Abro la canilla, el agua sale marrón, me ensucia los dedos y las gotas como agujas frías me los parten en mil pedazos. Dejo la canilla abierta. El ruido retumba en la casa hueca, la voz de la abuela corre con el agua, se va por las cañerías. Quisiera que estuviese acá, conmigo, pero el tiempo para ella se detuvo el día que se la llevaron al geriátrico. Tendría que haberme quedado a vivir con ella acá y hubiera evitado que un abismo de recuerdos se hundan en mi garganta.
Me apuro en llegar a la biblioteca. Los libros cuentan la historia de ella, agarro el que vine a buscar: el Martín Fierro, se sabía casi todos los versos de memoria, ahora no se acuerda de nada. Aprieto el libro contra mi cuerpo, y me cae una sola lágrima. En un rincón del living veo un florero con varios pétalos marchitos que se ahogan en un poco de agua sucia, guardo algunos pétalos adentro del libro y lo pongo en la mochila. La abuela no va a volver nunca más. Me acerco al ventanal del living negro, sin sillones, lleno de escarcha blanca. Es agosto, hace frío. Estaba sola, aquí mismo, esperando que mamá viniera a buscarme. Miraba hacia la calle y buscaba su cara. No había gente y eran pocos los autos que pasaban. La abuela se había levantado de la siesta, cuando sonó el teléfono. Un rato antes me había pedido que la ayudara en la cocina. Hasta ese momento creí que mamá no iba a venir. Me senté a la mesa. La abuela trajo galletas. Mamá no iba a venir, ¿Y mi papá? La miré a la abuela y le pregunté: -mi papá, ¿cuándo va a venir a buscarme? Se paró al lado mío. -Tu madre y yo somos tu única familia-me respondió, acariciándome la frente. La agarré del brazo y la empujé, trató de no caer, volví a empujarla y se tambaleó; por unos segundos pensé que se iba a caer, la excusa perfecta para que mamá viniera. La puerta del comedor se cerró atrás de la abuela. Se había ido a su cuarto. Me quedé sola, mirando el televisor apagado.
El ruido del agua me distrae, las gotas se convierten en hielo. Al lado de la cocina, el comedor diario, la mesa no está, ni siquiera el televisor y donde estaba la estufa hay un agujero. En esa estufa, la abuela calentaba mis pijamas antes de que me fuera a dormir. Ella verdaderamente fue la única familia que tuve. Era invierno, la helada cubría el pasto. La abuela me levantó de la cama cubierta con frazadas y me llevó al lado de la estufa a tomar café con leche con pan tostado. Mientras tomaba mi desayuno, la abuela se fue a su cuarto a buscar una aspirina, aproveché y me escapé al parque. Salí descalza y corrí sobre la escarcha, que a cada paso, desaparecía debajo de mis pies. Corrí hasta cansarme, en realidad hasta que la abuela me vio desde la cocina. Se puso a gritar como loca, que me iba a pescar un flemón o una bronconeumonía, que no me iba a dar más chocolates y no se cuántas mentiras más. Seguí corriendo sin hacerle caso, entonces salió desesperada con los pelos parados, las pantuflas y la bata de cama, me agarró de las piernas, me mordisqueó los cachetes y me llevó adentro.Cierro la canilla y camino por la casa en la que bailan las ausencias. Abro la puerta del cuarto de la abuela. La cama vacía, el elástico al aire y un vaso de vidrio sobre la mesa de luz. Me acuesto sobre el elástico frío, -la cama apaga el dolor del puñal -pienso-la cama; una lluvia de tiburones hambrientos. Agarro el vaso y tengo ganas de reírme, tal vez, por vergüenza de que se me haya ocurrido una idea loca como la de los tiburones, -una idea loca-, digo en voz alta, -un vidrio que se enciende contra los vidrios-, pienso, y arrojo el vaso contra la ventana.
La abuela no supo pedirme que me quede, prefería estar sola con sus perros; si me hubiera quedado habría podido decirle cuánto la amo.
Salgo al parque, hace frío y a través de los árboles figuras se doblan con el viento. El pasto está descuidado. Me acerco al rosal que plantamos juntas, las hormigas se comieron las hojas. Me acuesto sobre el tiempo que pasó y huelo la tierra. -Es la última vez- digo. Del otro lado de la puerta me espera la ruta, la ruta, vacía como la casa, la ruta, transparente ante mi huida, esta misma ruta que no volverá a traerme nunca más.

Publicado en la edición impresa de Lilith Nº 10. En quioscos y librerías.

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