viernes, 20 de agosto de 2010

Políticos y votantes

Por Tomás Cardoso

Cansada del yugo del despotismo, agobiada por el peso de las tiranías que la pusieron de rodillas a lo largo de los siglos, la humanidad necesitaba dar con una idea espléndida, brillante como la Razón, o mejor aún, como ese rayo que una tarde tormentosa en Philadelphia (ciudad célebre por este experimento, y por otro, no tan afortunado) Benjamin Franklin atrapó en una llave, y en cambio, la humanidad encontró la Democracia, o Demagogia, dos traducciones posibles del griego de un sistema que Aristóteles (Política, Libro III) describe y recomienda no seguir. Pronto se descubrió que debajo de su caperucita roja, la inocente niña ocultaba las tremendas fauces de un lobo, con su hambre mal saciada, sed insensata y una vocación de mal nunca antes vista. Un soldado de las Cruzadas, con su oscura mirada de buitre y sus tres dientes rojos, y las alforjas de su caballo cargadas con los despojos robados a los hombres que le dieron sangre a su espada, rompería a llorar como un niño al que la madre acaba de soltar la mano, si por un instante tuviera la desgracia de asomarse a nuestro campo de batalla de todos los días, con sus ejércitos de muñecos de camisa y corbata que nos sonríen desde los carteles publicitarios, con arrogancia de bravos caballeros, aunque sus brazos no tengan la fuerza que se necesita para levantar una espada.
Esta época en la que vivimos no será recordada (como sospechamos al principio) como una segunda Edad Media, sino como una segunda Prehistoria. “Cuando un hombre estúpido hace algo de lo que se avergüenza, dice que es su deber”, escribió George Bernard Shaw en 1901, el primer año del siglo más criminal que guarde la memoria y, aunque ya hemos cruzado la línea de otro siglo, aún seguimos comportándonos con la misma cobardía: hacemos lo que nos ordenan que hagamos, siempre y cuando nuestra seguridad jurídica y nuestras posesiones no se vean amenazadas. Entre otros tantos deberes absurdos que nos seguimos imponiendo (por simple reflejo, del mismo modo en que una gallina sin cabeza da unos pasos antes de darse cuenta que ha muerto) el de votar a nuestros funcionarios públicos acaso no sea el más inofensivo.

Nota completa publicada en Revista Lilith Nº 14, en quioscos y librerías.

2 comentarios: