A ver los detalles, me enseñó la
literatura
por Eduardo Silveyra
Fotografía: Lucía Merle
En una entrevista jugosa, Sibila Camps, nos cuenta de
su ámbito familiar ligado a la cultura, su recorrido por el periodismo y cómo
se gestaron tres de sus libros más conocidos.
En tu casa hubo un ambiente muy musical, con tu padre
músico y tu madre cantante. Cómo llegas a la escritura.
Mi padre,
Pompeyo Camps, era compositor fundamentalmente. Compositor, pianista; tocaba
también el bandoneón. El fue maestro mayor de obras y durante un tiempo también
pintó, era retratista. Tenía una gran habilidad para las tareas manuales y
tenía una formación cultural muy amplia. Mi madre era cantante, había empezado
como pianista pero después se dedicó al canto de cámara y después a la docencia
de canto.
¿También estudiaste danza?
Estudié danza,
sí. Hice algo de piano cuando era chica, después lo retomaba cada tanto, pero
durante ocho años, desde mis siete hasta mis quince, hice danza clásica. Los
últimos años en la escuela de danzas del Colón, hasta que me di cuenta que no
tenía vocación y decidí dejar.
¿Cómo llegas a la escritura?
Siempre me gusto
escribir. En mi casa había un ambiente de artistas, de amigos y amigas gente
que se dedicaba a la pintura, a la escultura, a la música, a la literatura, a
la poesía. Mis padres eran amigos de Javier Villafañe y habían aprendido a
hacer títeres de guante con papel maché, con los métodos de Javier, incluso
reproducían las obras para adultos. Los personajes eran ellos, papá se
encargaba de hacerlos con papel maché y de pintar las cabezas y mamá, que
trabajaba en ese entonces con su hermana mayor que tenía un atelier de
sombreros y tocados de novia de alta costura, hacia los vestidos, los
trajecitos y las pelucas con hilo macramé. Con mi hermana, que es cuatro años
menor que yo, heredamos esos títeres, jugábamos con ellos e inventábamos obras.
A los ocho años yo hice la primera obrita. Digamos que fue una adaptación de
Caperucita Roja para títeres. Después seguimos haciendo obras de títeres, esa
la representaron en el colegio, incluso armaron el retablo especialmente para
eso, fue una participación colectiva muy linda. Obviamente siempre hubo
estimulo en casa para eso. Después seguimos con mi hermana haciendo obritas e
invitábamos a los chicos de la cuadra. Cobrábamos una entrada, con la cual
íbamos a comprar caramelos para el intervalo. Y así me largué a escribir.
También, en el secundario, tuve una muy buena profesora de castellano en tercer
año, que nos daba libertad para dedicarle, una vez por semana, diez minutos a
la lectura de algo que hubiéramos escrito voluntariamente. Eso no se evaluaba,
no era obligatorio hacerlo y yo empecé a ponerme consignas, a hacer lo que
después descubrí lo que serían los talleres estructuralistas y cuando tenía
dieciséis años ya estaba escribiendo cuentos. Obviamente ya estaba leyendo
mucho, libros de grandes, como decía yo, es decir: Salgari, Verne, pero también
La Ilíada que me encantaba y El Quijote. Había una biblioteca muy grande, papá
compraba libros, usados en general. Cobraba en SADAIC sus puchitos de derechos
de autor e inmediatamente iba hasta la feria de libros de Plaza Lavalle a
comprarme libros. Así que ese fue mi caldo de cultivo.
Perteneces a una generación que leía desde chicos.
No todos leían. Sí,
entre mis compañeras, se leían historietas. Siempre fui un bicho raro, en
general no compartía ese tipo de lecturas con otras compañeras.
¿Trabajaste en La Opinión, de Timerman?
No, ya estaba
preso Timerman cuando yo entré. Yo entré en septiembre del 77, él ya estaba
preso y el diario ya estaba intervenido por los militares y venía barranca abajo,
porque hubo un desbande muy grande de gente que se fue por su cuenta y había
también desaparecidos. Estaba Enrique Raab, desaparecido. Yo recuerdo la cara
de Enrique Raab, de ir visitar a papá cuando estuvo en el diario como crítico
musical, desde el principio hasta el final, desde el primer día hasta el
último. Fue uno de los dos o tres que escribieron durante todo el periodo.
Cuando la Opinión estaba en su primera redacción, en la calle Reconquista al
500, como yo iba a estudiar… Mi carrera fue letras, literatura y lenguas
modernas, las bibliotecas de los departamentos quedaban cerca, en 25 de Mayo al
200, en el mismo edificio del rectorado, entonces iba con frecuencia a estudiar
ahí y, cuando quería despejarme un poco, paraba y me iba a La Opinión a saludar
a papá. Sí que recuerdo a Enrique Raab, recuerdo sus ojos claros.
¿A Miguel Ángel Bustos?
Lo conocí de
nombre, pero si a los compañeros de papá, a Osvaldo Soriano y a Carlos
Ulanovski que después fue compañero mío en Clarín. A Hugo Monzón, crítico de
pintura; Gerardo Fernández; crítico de teatro; a Tomás Eloy Martínez, que
estaba a cargo de Espectáculos y a Juan Gelman que estaba a cargo del ámbito
cultural, pero cuando yo entré, de todo eso, ya no quedaba casi nada. Quedaban
Hugo Monzón y Luis Gregorich, como gente notable. Había un muy buen periodista
de boxeo, Hernán Lepé. Yo leía sus notas, porque a pesar de que tengo un gran
rechazo hacia el boxeo, eran excelentes. La Opinión, la buena, era algo
glorioso.
¿Después trabajaste en Clarín,
cómo fueron los años ahí?
En La Opinión estuve hasta el cierre, en el año 81. Entré para el
área bibliográfica, pero después me fueron derivando hacía espectáculos, en
especial de música popular y danzas. Estuve también un tiempo muy breve en
Convicción, un diario de un sector de la armada que respondía al proyecto
político de Massera, pero estuve nada más que cuatro meses, mientras tanto yo
ya colaboraba en Humor. En Convicción había censura interna, pero yo tenía dos
objetivos: uno, mejorar el currículo de los artistas. Cuando había artistas que
valían la pena, trataba de hacer una nota para engrosarles la carpeta, a veces
haciendo exactamente lo contrario a lo que se hace en periodismo; para poder
hacer una nota sobre Víctor Heredia, tenía que mandarla en la parte de abajo
sin poner su nombre en el titular, pero arriba podía poner a Leo Maslíah,
porque no lo conocía nadie. Entonces me explayaba sobre Leo Maslíah que me daba
la oportunidad de hablar, o sea que hacía exactamente todo al revés. Así y todo
cada tanto venía Héctor Grossi, que era el director periodístico y me decía:
Mire, disculpe Sibila, pero le voy a tener que sacar esta nota. Y le contestaba:
Pienso que nuestros lectores tienen que enterarse de esto, yo hago mi nota,
hago mi trabajo, usted haga lo que le parezca. El otro objetivo que tenía, era
que me leyeran mis colegas, para que alguien me tirara una soga. Había estado
haciendo algunas colaboraciones para el suplemento cultural de Clarín, muy
pocas, muy espaciadas y para la sección Opinión también que la manejaba Armando
Vidal. Entonces, hubo un par de notas que a Marcos Cytrynblum, que era el
director periodístico de Clarín, le gustaron mucho y me mando a llamar. Justo
en ese momento se había peleado con Jorge Asís, entonces me buscó un poco como reemplazo
para notas de color y me ubicaron en información general, con la idea de ver cómo
me manejaba y ahí me sentí muy cómoda. Estuve en esa sección llamada Sociedad
durante los 30 años de Clarín y fue el lugar que me gustó más, porque me
permitió hacer de todo. Tocar temas científicos, temas de salud, cubrir
desastres y emergencias, notas sobre medio ambiente, derechos humanos en el
sentido de lo cotidiano. Yo misma fui ampliando y ampliando el área, con temas
de salud, cubriendo desastres, sobre todo inundaciones, que es lo más común,
continué con comunidades indígenas, temas ambientales, todo de manera natural.
Después seguí con discapacidad y, a partir de 2008, con conciencia, empecé a
trabajar fuerte en los temas de género, hasta que al final dije: a mí lo que me
interesa son los derechos humanos. Ese fue mi recorrido en Clarín, durante
muchos años estuve también haciendo en simultaneo notas culturales, de
espectáculos, como colaboradora y alguna nota en el suplemento cultural, hasta
que dejé de hacerlas porque no me las pagaban extra y dije: basta, se acabó, no
regalo más nada.
¿También condujiste un
programa de música floclórica?
No, no era de música folclórica, era música popular argentina y del
resto de Latinoamérica, eso fue desde mayo del 84 a julio del 89. El programa
se llamaba “Bombos y platillos”, duraba media hora, salvo los viernes que la
duración era de una hora y yo aprovechaba para hacer una entrevista con el instrumento,
de manera tal que las respuestas fueran mostradas, explicadas, etc. Yo trataba
de seguir un hilo conductor a través de la música y tomaba un tema a lo largo
de un programa o una serie de programas. Por ejemplo, la casa. Empezaba por la
vereda, seguía con las puertas y ventanas, el patio, la cocina, el dormitorio.
Eso me permitía pasar del tango a Chico Buarque, a un candombe y poder mezclar
mucho. Presentaba la temática y el tema, podía empezar con La Casita de mis Viejos,
seguir con Corrientes 348, realmente aprendí mucho haciendo ese programa,
porque tenías que escuchar y tener tiempo para buscar y escuchar todas las
canciones. Hoy en día, que está todo digitalizado, es una pavada; los CD los
ponés y sabés cuánto duran, pero no sabés lo que era con los vinilos y además
cargar la mochila, porque iba a grabar una vez por semana. Pero al programa lo
tomaban directo o en diferido las emisoras de Radio Nacional de buena parte del
país. Para mí era un gran orgullo, porque se sentían representados también ahí.
Para que te des una idea, El Bolsón, Esquel, Santa Rosa, Bahía Blanca, Paraná,
Rosario, Santa Fe, Puerto Iguazú, se pasaba prácticamente en todo el país. Me
daba mucho laburo prepararlo y me pagaban chirolitas realmente. Fue durante el
gobierno radical, después vino Julio Marbiz, asumió la conducción e hizo una
radio totalmente diferente y me ofreció otra cosa que no tenía nada que ver y
me fui.
Tenés una docena de libros
escritos, pero hay algunos que sobresalen como el del Malevo Ferreyra y el de
Marita Verón, ambos con Tucumán como escenario, ¿cómo fueron esas experiencias?
Mirá, fueron varias líneas confluyentes, porque tengo tres libros
sobre Tucumán, el tercero es Tucumantes. Empecé a fijarme cuando al Malevo
Ferreyra lo juzgan en diciembre del 93, eso trasciende los límites de Tucumán y
estábamos pendientes, yo recuerdo estar en la redacción del diario viendo
televisión. Yo estaba en ese momento en pareja con Luis Pazos, que también era
compañero mío en el diario y nos preguntábamos: ¿Cómo, recién ahora lo juzgan?
Porque sabíamos que había tenido causas por tortura seguida de muerte, algunas
causas habían salido publicadas en el diario y ahí empecé a seguirlo de cerca. Cuando
a él y a ocho subordinados los condenan a perpetua, por triple homicidio
agravado por alevosía, se amotina con el apoyo de la policía –obviamente- en la
alcaidía de los tribunales. Él y alguno de los suyos y lo rodean. Se acerca en
ese momento su pareja, una chica muy joven que tenía la tercera parte de su
edad y le entrega el uniforme, el disfraz de Malevo Ferreyra. Tenía toda una
multitud vivándolo y acompañándolo. Cómo puede ser que este tipo mató y lo
condenaron por asesinar a tres personas, en conjunto con otras ocho o sea que
ni siquiera lo hizo solo y lo están aplaudiendo y se fuga abiertamente delante
de las cámaras de televisión, con una granada en la mano y del brazo de la
chica. Estuvo 85 días prófugo. Además, hay todo un mito detrás de él, se lo ve
como a un justiciero, cuando en realidad es un asesino y un torturador. Yo no
entiendo nada, yo quiero entender esto, me dije. Entonces, en ese momento pensamos
con Luis en hacer el libro. En principio habíamos empezado juntos, pero después
de eso yo avancé bastante cuando hice el primer viaje. Lo hice en febrero del
84, por mi cuenta, y ya había avanzado mucho y seguí sola el camino. Había
estado antes algunas veces en Tucumán cubriendo algunas notas. Una vez, cuando
estaba Bussi como gobernador electo, en ese momento él estaba de viaje y estaba
su vice a cargo y me mandaron del diario para participar en una mesa redonda
sobre un tema policial. La impresión que tuve las primera veces que fui a
Tucumán, era la de estar en Buenos Aires post dictadura y me llamaron la
atención la estatuas de una parte del parque 9 de Julio, porque había dos
milicos y un cura. Dos milicos y un cura y eran muy feas, además. Esto debe
haberse hecho en la dictadura, no puede ser de otra manera y siempre me
intrigó. Por más que preguntaba y preguntaba, nadie me sabía decir nada. Pero
esa sensación de estar en la post dictadura la tuve hasta que me fui
acostumbrando y, cuando empecé a trabajar con el libro del Malevo viajé tres
veces; gestioné la entrevista con él, en ese momento ya estaba preso,
condenado. Estaba en la cárcel de villa Urquiza, en una especie de departamento
tipo casa con un patiecito. Estaba muy cómodo, realmente. Fue un trabajo duro,
muy fuerte, le hice muchas entrevistas, muchísima investigación.
¿Qué impresión te dio él?
Yo cuento al principio lo que me pasó. El abogado de él, que
pretendió cobrarme, y un intermediario que trabajaba en La Gaceta, estábamos
los tres en un bar del centro, le dice: Si vos querés ayudarla a la chica,
ayudala, pero le voy a decir una cosa, yo no sé si usted le va a poder sostener
la mirada porque a los delincuentes, cuando los miraba, se hacían encima. Yo no
soy delincuente, le dije, y el tipo quedó medio desconcertado. Había leído
algunas cosas sobre la mirada de él. Cuando entro a la cárcel de Villa Urquiza,
voy a la parte de la dirección; ya estaba todo arreglado previamente, así que seguridad
ya había dado la orden y dicen que traigan al interno y yo veo que lo traen por
el pasillo y lo veo a unos metros. En ese momento, te confieso, el corazón me
dio un tumbo y cuando nos sentamos yo empecé con las preguntas blandas, que es
lo que tenés que hacer, preguntas sobre la infancia, la adolescencia,
obviamente había leído todo lo que había encontrado sobre él y eso lo relajó
muchísimo. Ahí me di cuenta que el tipo tenía una mirada como las de las aves
rapaces, por ejemplo, la lechuza te mira fijo, así y de repente hace así y mira
fijo a otro punto donde no hay nada. Entonces, no es una mirada intencionada,
es la mirada de un tipo de tic, me di cuenta de eso y me quedé tranquila. Tuve
una buena relación con él, hay preguntas que no le hice porque sabía que me iba
a macanear, que iba a mentir. Ordené mucho mis entrevistas, mi primer viaje fue
de investigación, buscar documentación, hablar con las personas que podían
hablar en contra de él, hacer algunas entrevistas de contexto. El segundo viaje
ya fue para entrevistar a personas allegadas a él, que además le pedí a él con
quienes hablar y que me ayudara. Mientras tanto, entrevisté a la madre que
vivía en Luis Guillón, acá en la provincia de Buenos Aires, fui con una carta
de él, porque si no, no la va a atender, me dijo. Una viejita amorosa.
¿Qué opinión tenía del
hijo la madre?
No decía gran cosa, en un libro de investigación periodística no sé
si las opiniones valen tanto como la información. A mí me interesó mucho trabajar
la historia familiar, su infancia y adolescencia. El venía de una familia de
cañeros, de cañeros independientes, la madre tiraba caña para un ingenio y el
padre y los hijos para otro con los cinco varones -después vino la hermana más
chica- estaban pelando caña, cortándose los dedos con la escarcha de la caña
que les dejaba los dedos a la miseria. Tuve que estudiar mucho la historia del
azúcar en Tucumán, que me resultó fascinante además y ahí puse el primer paso
para lo que después fue Tucumantes.
Tenés una ligazón muy
fuerte con Tucumán, porque después viene el libro sobre Marita Verón.
Te cuento, se dio que tuve que viajar otras veces más a Tucumán,
tres veces viaje por El Sheriff y a mediados del 96 ya estaba por sentarme a
escribir, tenía un boceto sobre el libro, cuando surgió otro proyecto con Luis
Pazos, de otro libro y dije: bueno paro cuatro o seis meses y después lo
retomo, pero después ya había pasado el momento, estaba cansada y lo abandoné
por trece años, pero en el ínterin viaje otras veces por trabajo, cubriendo
inundaciones o de vacaciones con Luis. Y, cuando él se mató, volví para
actualizar datos y ahí retomé el libro y me encontré con que era muy poco lo
que había cambiado y lo que había que actualizar, cosa muy tremenda porque
habían pasado trece años. El libro salió en noviembre de 2009 y me dije, con
qué sigo, quería algo multidisciplinario, yo no aguanto el monotematismo, me
gustan las cosas que se intercalan, por eso me gusta la cobertura de desastres
y emergencias, porque hablas de producción, hablás de cultura, hablás con la
gente en directo, hablas de política, de legislación, de investigación.
Entonces, pensé en seguir con un tema de trata sexual, pero no voy hacer un
tratado sobre la trata, tengo que tomar un caso y pensé en Marita Verón, que en
ese momento estaba totalmente impune, sin ninguna posibilidad de juicio, te estoy
hablando de 2010, y pensé: yo tengo que entrevistar a la Chancha Ale, que es el
acusado principal. Nunca fue juzgado por eso, pero es el tipo que la mandó a
secuestrar. En ese momento Ale tenía un gran poder, yo no puedo ir a meter la
cabeza en la boca del león, es más, no fui a presentar El Sheriff, porque
obviamente, dentro del libro, están La Chancha y El Mono.
¿Había alguna relación
entre La Chancha Ale y Ferreyra?
Han mantenido sus negocios. El malevo nunca se metió con ellos,
nunca le hizo nada, pocas, muy pocas veces. Pero abandoné el proyecto de Marita
Verón y la trata sexual y empecé a trabajar en Tucumantes, en 2011 me voy a
Tucumán y hago una gran recorrida con entrevistas por la zona oeste, sudoeste,
donde había estado la represión más fuerte del Operativo Independencia. Hice
muchas entrevistas, yo ya tenía el boceto del libro, tenía las historias,
algunas pocas entrevistas las había hecho acá, en Buenos Aires. Volví en
septiembre de 2011, en septiembre yo cumplía los 60 y dije: Bueno, ahora me
jubilo y me dedico a Tucumantes y en octubre salió la fecha del juicio por
Marita Verón, cambié y me dije: yo no me jubilo nada, yo esto no me lo pierdo.
Porque sabía muy bien qué había detrás, conocía toda la historia porque la
había investigado para El Sheriff y sabía que en el juicio, como no estaba
imputado La Chancha, desde la querella iban a tratar de meterlo y de que lo
investigaran y desde el otro lado iban a tratar de impedirlo. Yo conocía muy bien
todo eso, después me encontré con que era la única que lo conocía de mis
colegas, porque en Tucumán nadie conocía esa historia, porque obviamente La Gaceta
siempre tapó todo.
¿La Gaceta pertenece al
grupo Clarín?
No, es independiente. Entonces dije: cuatro o seis meses y después
retomo Tucumantes, pero el juicio duró once meses, me terminé jubilando un año
y medio después, pero a la segunda semana del juicio, pide declarar una de las
acusadas de Tucumán, porque también había acusadas de La Rioja, y empieza a
contar que ella fue prostituida por sus padres, quienes la entregan a la
Chancha Ale, que en un momento la detiene el Malevo Ferreira y la picanea. Y empieza
a hablar de la matanza de Los Gardelitos hecha por los Ale, todo eso yo lo
conocía de memoria, pero esto no viene para mi nota, todo esto queda afuera de
la nota, pero tenía un libro. Así que al final terminé escribiendo La Red, la
trama oculta del caso Marita Verón, donde tomo el caso y el juicio para hablar
de la problemática de la trata sexual, fundamentalmente en la Argentina, pero
también sus ramificaciones. Durante ese año viví más en Tucumán que en Buenos
Aires, seguí investigando y juntando información para Tucumantes, seguí en
contacto con las personas a las que había entrevistado y empecé a formar y
gestar amistades, algunas ya eran personas muy amigas mías, pero se fueron
intensificando otras amistades, muy, muy fuertes, así que cuando llegó el
momento de escribir Tucumantes ya estaba totalmente maduro. Las dos
investigaciones, la de Tucumantes y la de La Red, me sirvieron una para la
otra. Porque una de las cosas que descubrí en Tucumán es que la represión tuvo
características que no se dieron en otra parte del país, tomaron
fundamentalmente a toda la población que tuviera un activismo político, social,
gremial… de la cantidad de desparecidos que hay en Tucumán, nada más que un 12,5%
tenía militancia armada, los demás no. Tucumán tenía características en el
gremialismo que no se dieron en otros países, en cuanto a que la FOTIA se arma
a instancias de Perón y ahí hay dos visiones: una positiva hacía el peronismo o
hacia Perón y otra en contra. Porque las bases eran tan fuertes, que en cada
ingenio funcionaba un sindicato. Estamos hablando de los años 66, 67 y 68, que es cuando Onganía cierra once de los veintisiete ingenios, tenían su
propio sindicato. Te estoy hablando de bases que por ahí eran analfabetos, pero
que tenían una conciencia social muy, muy fuerte. Esas bases presionaron
siempre para arriba y cuando se arma la FOTIA, de alguna manera era como bajar
un poco, que no se le izquierdee demasiado el sindicalismo. Pero, concretamente
a fines de los 60 y principios de los 70, había una situación pre
revolucionaria en Tucumán y no estoy hablando de ese núcleo pequeño de 150
guerrilleros que formaban la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez, del ERP, que
estaban además mal equipados, mal preparados, todo lo que quisieras. Al final
implantaron una cultura del terror, un espacio de terror muy grande. Imaginate,
una provincia pequeña, donde todo el mundo se conoce y donde las cosas se
hacían abiertamente, se secuestraba, se fusilaba, se mataba a la vista de todo
el mundo para sembrar terror, eso quedó y una de las cosas que vi en 2003, para
que veas la cantidad de años que pasaron, cuando secuestran a Marita Verón,
hubo testigos que no se animaron a hablar, nunca se animaron a hablar.
Una sociedad impregnada de
terror.
Sí, impregnada de terror.
Ahí surge una figura de
mítica, como la de El familiar.
El mito de el familiar, yo lo había investigado para El Sheriff,
porque si transformaron en un mito o en un personaje legendario a un asesino
torturador, como fue Ferreira, qué caldo de cultivo hay, qué otros mitos hay en
Tucumán para que esto ocurra. Entonces, empecé a investigar la mitología que se
daba en Tucumán y ahí me encuentro con El Familiar o Perro Familiar del Diablo,
que fue creado, o al menos lo que pudo investigar Eduardo Rozenvaig, en la
época de Clodomiro Hileret, en su ingenio, como una manera de mantener y sembrar
el terror dentro de los obreros. Era un perro grande con ojos como ascuas y a veces
también lanzando fuego por las fauces, que estaba en los sótanos de los
ingenios y al que había que alimentar, entregándole, el patrón o el capataz, un
obrero por campaña, es decir por año de trabajo, para tener una buena zafra y
así desaparecían las personas, los trabajadores. Qué casualidad, que los que
desaparecían eran siempre los más díscolos, los que se rebelaban contra las
condiciones de trabajo, eso me llamo mucho la atención. Después empezamos a ver
que en algunos casos también –me lo contaba esto Pablo Gallo que me ayudó mucho
con este libro- que en el interior de la provincia se encontraba con gente que
le decía que un pariente había desaparecido porque se lo había llevado El Familiar.
Muchas veces un mito nace
del imaginario popular. Sin embargo, acá el mito es generado desde el poder.
Sí, pero fue asumido, fue tomado eso, fue aceptado dentro de lo que
era el terror y te estoy hablando de antes de la dictadura. Lo que pasa, es que
Tucumán tuvo una tradición represiva de la policía y también del ejército,
desde antes de la última dictadura, desde antes del Operativo Independencia,
incluso en los 50, en los 60, y eso ha sido muy fuerte. Después, lo que me
encantó, cuando fui por primera vez a Famaillá en 2011, recorriendo un poco una
ciudad que sería como la capital nacional de lo bizarro, en lo que se llama el
Paseo de la Veneración, que está detrás del Cementerio, abierto hacía la ruta.
Hay figuras de santos, todos varones, no hay ninguna mujer y está San Jorge.
Siempre me interesó San Jorge, más allá que yo soy atea congénita. Nací con dos
nombres paganos y no me preocupa el tema, siempre dije: podés creer en santos,
pero en dragones no. Entonces, fui a ver y me encontré con que no era un dragón
lo que estaba pisando el caballo blanco de San Jorge, tenía una cabeza grande
medio rojiza, un color ladrillo subido, con los dientes en punta y digo: esto
parece un lobo y claro, era el perro familiar. El artesano que hizo esa estatua
metió ahí a El Perro Familiar, no hizo un dragón.
Un sincretismo reivindicativo.
Lo que me llamó la atención, no con esto solamente, y se lo he
comentado mucho a amigos y amigas de Tucumán, incluso amigos fotógrafos, que
siempre ponen el ojo en otro tipo de detalle, pero ninguno se había dado
cuenta. Muchas cosas que yo observé en Tucumán, que me llamaban la atención,
ninguno las había advertido. Han vivido y siguen viviendo; los que han leído
Tucumantes, ya tienen otra visón. Empezaron a resignificar su propio contexto y
su propia historia familiar. Pero esas cosas que a mí llamaban la atención,
como las estatuas del parque, que finalmente pude descifrar la historia, a
nadie le llamaba la atención.
¿Cómo ves el periodismo
actual y qué consejo le darías a un joven periodista?
Lo que llega abiertamente lo veo mal, lo veo muy mal, porque creo
que hay más operaciones mediáticas, más operadores mediáticos que periodistas o
hay show de noticias. La televisión me parece lamentable. Es muy poca la
información que encuentro, cuando busco información la busco por internet y
tengo que rastrear mucho. Siendo yo una profesional en esto, digo: cómo no
preguntaron esto, cómo no preguntaron lo otro, cómo no se les ocurrió averiguar
tal cosa. Para que te des una idea, la vacuna que vino de la India, Europa la descartó
para mayores de 60 años porque no la consideraban segura y acá se aceptó;
después vi que, unos días después que Europa la rechazara, la OMS la aceptó,
pero esa pregunta nadie la hizo, nadie preguntó ese dato. Son cuestiones
simples de información. Después está el daño que hizo la televisión y el propio
grupo Clarín, eso yo lo vi desde adentro, cómo se iba formando y no me lo contó
nadie. Mis últimos años en Clarín fueron bastante difíciles, desde una sección
donde se podían hacer cosas, donde hacía piruetas en una baldosa, esa es una
cosa que no te había dicho antes, porque sociedad es una sección no tan
vinculada con los temas políticos, con política dura, me planteaba la exigencia
de notas muy tontas, muy estúpidas, intrascendentes, y discutía mucho para
bajar notas y no hacerlas porque me parecía que era un disparate, que no tenía
sentido o a veces era información que no estaba suficientemente chequeada o que
no tenía relevancia, es decir: que si te encontrás con una información que dice:
encontraron el remedio para tal cáncer y empezás a averiguar y fue probada en
24 personas nada más, y uno ya sabe cómo operan los laboratorios que le pagan a
muchos periodistas. Entonces, no podés dar esta información porque ilusionas a
un motón de gente, sin tener una garantía de que esto va a funcionar. Está
lleno de opinadores, de un lado y del otro. No se busca información, opinan sin
saber, dedican su tiempo a opinar y operar. Y, lo peor de todo, es que esto
repercute en cómo se vota y a quiénes se vota. ¿Para qué sirve el periodismo? Para
brindar información. Si vos conocés nada más que dos opciones, no podés elegir
mucho, pero si conocés cinco, podés hacer una elección mejor, o podés decir
primero esto y después esto otro. Para eso es importante la información y en
situaciones de desastre, como la pandemia, es fundamental la información.
Porque además provocan mucha incertidumbre y la información te calma y te dice,
por esto no te preocupés, por esto no te preocupés pero ocupate, para eso
sirve, fundamentalmente en momentos como este. Entonces, yo qué recomendación
daría… a veces me pongo escéptica, que se formen, que estudien, que hablen con
las personas, que vayan personalmente, que no endiosen a nadie, que no tengan
ídolos y que duden de todo, que lean mucho, pero que lean literatura, que lean
ensayos, no libros de comunicación solamente, para escribir mejor, lo que más
me ayudó fue la literatura. A ver los detalles, me enseñó la literatura.